viernes, 6 de septiembre de 2013

Acá y ahora

Acá en el pueblo, a unas cuadras, Mariela vivía una vida diferente a la mía, una violencia que no conozco por experiencia. Enfrentada a frases que golpeaban como martillos, a la palabra del otro que la describía como algo y no como alguien.  La cabeza no dio más, el corazón menos y tuvo la suerte de darse cuenta de que no había vuelta atrás y quiso irse. Gastón la encerró en la casa con sus tres hijos chiquitos. La propiedad no puede abandonar a su dueño porque los objetos no deciden por sí mismos.
Salió, sí, a fuerza de policía y madre gamba, que le brindó su casa.
Acuerdo de por medio, Gastón se llevaba a sus pibitos los fines de semana. Primero fue regresarlos a cualquier hora, después descuidarlos: narices rotas, buzos quemados, rapados. Cosas de las que él no se hacía cargo, accidentes evitables si ponés un poco de ojo, si te das cuenta que sos padre. O solamente si ves que esas personas pequeñas necesitan cuidado y afecto, eso que debería ser básico en el sentido común. Parece que sólo es tarea de madre tratar que los hijos no se lastimen. También lo es correr cuando les pasa algo. El último fin de semana Mariela no quiso que se los lleve, no es difícil imaginar porqué. Tuvo que trabar puertas y ventanas porque el tipo empezó a rondar la casa para ver por dónde entrar, hasta que decidió ir a buscar una pinza y cortar el cable del teléfono. La propiedad quedaba aislada hasta que el verdadero dueño volviera a tomar las riendas.
Una denuncia en la fiscalía le dio una restricción que –me entero- sólo dura treinta días. No sé  a quién se le ocurrió que ese es el tiempo en el que un tipo corrige su conducta y que se evitan posteriores represalias.
Así las cosas, y el miedo que no se va.
Hay cientos, miles de situaciones semejantes y mucho peores. Hay cuerpos dañados y muerte. Pero están lejos. Las voces particulares y cercanas son las que sacuden. Los pedidos globales de justicia muchas veces corren el riesgo de volverse insustanciales y vacíos de contenido, como cuando la consigna “basta de violencia” es sólo un cartel colgado en féisbuk y si pasa algo ahí nomás, acá y ahora, mirás para otro lado.